martes, 4 de enero de 2011

Cortázar y las figuras

Es conocida la preocupación de Cortázar con las figuras. En el libro de Luis Harss, Los Nuestros (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1966), se reproduce una conversación del crítico con el autor argentino. Allí comenta Cortázar los monólogos de Persio en su primera novela, Los premios, y observa:
Persio ve las cosas desde lo alto como las gaviotas. Es decir, es una especie de visión total y unificadora. Allí tuve por primera vez una intuición que me sigue persiguiendo, de la que se habla en Rayuela y que yo quisiera poder desarrollar ahora a fondo en un libro. Es la noción de lo que yo llamo las figuras. Es como el sentimiento -que muchos tenemos, sin duda, pero que yo sufro de una manera intensa- de que aparte de nuestros destinos individuales somos parte de figuras que desconocemos. Pienso que todos nosotros componemos figuras. Por ejemplo, en este momento podemos estar formando parte de una estructura que se continúa quizás a doscientos metros de aquí, donde a lo mejor hay otras personas que no nos conocen como nosotros no las conocemos. Siento continuamente la posibilidad de ligazones, de circuitos que se cierran y que nos interrelacionan al margen de toda explicación racional, y de toda relación humana. (pp. 277-278)

Las figuras sólo existen para el contemplador, no para los personajes que las forman. Lo que nos devuelve a la geometría, y (también) a la retórica. Porque esa figura geométrica regular que es el octaedro es a la vez una figura compleja. Sus ocho caras pueden ser triángulos equiláteros iguales o pueden ser triángulos isóceles iguales. Esas ocho caras visibles esconden dos pirámides unidas por la común base cuadrilátera. Pero también esas pirámides pueden ser cortadas de modo que ofrezcan en sus vértices caras exagonales. Asimismo, el octaedro puede ser concebido no a partir de dos pirámides sino de un solo cubo cuyas caras han sido cortadas hasta perder su forma original.
Las posibilidades geométricas son muchas, pues. Es decir: una cosa es el octaedro simple, y otra el simétrico: una cosa es la estructura que se desarrolla a partir de dos pirámides o la que se desarrolla a partir de un cubo. En todos los casos, la figura geométrica que vemos es el resultado de una transformación, o desvío, de otra figura geométrica más simple: la pirámide, el cubo. Lo que nos lleva a la retórica.
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En retórica, figura implica también transformación. Según la definición del Littré (III, p. 1567),  las figuras son:
Ciertas formas del lenguaje que dan al discurso más gracia y vivacidad, brillo y energía.
Para Ducrot/Todorov (Dictionnaire encyclopédique des scienes du langage, París: Seuil, 1972, p. 349) lo que caracteriza a la figura es que se presenta como un "desvío", un distanciamiento, con respecto a la expresión llamada "normal". El significado está implícito en el Littré. En efecto, ese "desvío" está codificado por la retórica, por lo tanto está él también normalizado, pero conserva su marca de separación. De la misma manera, la figura del octaedro reconoce una norma y unas variaciones, o complejidades que permiten reconocer en la figura habitual (las ocho caras regulares, los ocho triángulos iguales), otras figuras posibles: los otros triángulos isóceles; las dos pirámides que comparten una misma base rectangular; las dos pirámides truncas con sus caras hexagonales; el cubo primordial que ha ido perdiendo por una operación quirúrgica de sus seis caras, la figura (que en francés también quiere decir: cara) original.

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